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Nos están invitando a mirarnos de frente. Texto y fotos: Salvador Perches Galván.

  • eseperches
  • hace 5 días
  • 13 Min. de lectura

Lisístrata es una de las comedias de la Grecia Clásica más representadas de todos los tiempos, fue escrita por Aristófanes en el año 411 a.C.

La anécdota presenta a la heroína griega ideando un contundente y osado plan para obligar a sus guerreros maridos a terminar la guerra contra Esparta: Cerrarles a los varones las arcas de donde nutren sus ejércitos y cerrarles, de paso, el suministro sexual. El cruce entre esta pícara y aleccionadora comedia, y las vicisitudes de un grupo de mujeres -y por tanto, de sus hombres- que encaran torpe, terca y anhelantemente sus lastimados y fracturados mundos filiales y eróticos da como resultado ¿Y a mí qué carajos Lisístrata?. Conversamos con Antonio Peñuñuri, director del Colectivo en la cuerda floja, y también del original montaje.

Qué bueno que regresó Y a mí qué carajos Lisístrata. Me gusta mucho el trabajo que tú haces, porque no montas Lisístrata, no es una adaptación de Lisístrata, es durante un proceso de puesta en escena todo lo que puede ir surgiendo, lo que investigan, lo que aporta cada integrante del equipo. Me parece que eso enriquece mucho el trabajo, a partir de textos clásicos que son inmortales y que no pierden vigencia. Es lo que se plantea a partir de una guerra de piernas cruzadas para evitar la guerra.

Así es. Me gusta a mí en lo particular trabajar así y al elenco también, de hacerla todos de todo, como en La estirpe de Fedra, que ahí se nos pasó la mano. El título es casi una broma que me hizo el elenco porque cuando me invitaron a dirigir esta obra yo me rehusé en un principio porque estaba un poquito fastidiado de Lisístrata, de varios montajes, desde escolares, y dije, Bueno ¿qué no habrá otra?, entonces mi primera expresión fue: Y a mí qué carajos Lisístrata, que luego se las revertí a ellos, sobre todo a ellas. ¿Y ustedes qué carajos quieren con Lisístrata?, a ver, platiquen. Y ahí empezó el juego, luego estás malévolas mujeres como se dice en la obra lo eligieron de título.

Y lo dices perfecto porque la obra sí es un juego en el mejor sentido de la palabra y de la forma más respetuosa, pero no deja de ser lúdico, divertido, reflexivo, confrontativo, y un montón de cosas más.

Como bien sabes, porque la viste, hicimos una primera temporada el año pasado, pero le hicimos varios arreglos, entre ellos le quitamos media hora, nos dimos cuenta que había cosas que no funcionaban, ajustamos más el asunto de la comedia, sobre todo a nivel técnico. Engarzamos más todo el asunto terapéutico de ellos, alejándonos un poco del melodrama y quedó algo diferente, además de que en esta temporada, una de las actrices renunció por los tiempos, el elenco tomó la decisión de no llamar a nadie más, sino de repartirse lo de ella.

Lo que vi es distinto a lo que se presenta ahora, es la gran ventaja del teatro.

La gran ventaja y la gran desventaja al mismo tiempo, una moneda soltada al aire.

Yo no conozco más, debe haber, o será que son muy famosas las tragedias griegas, comedias debe haber, pero creo que esta es la más famosa helénica, ¿o me equivoco?.

Podría decirse que sí, sobre todo porque ha sido muy recurrida y más aún en los tiempos nuestros de la apertura del mundo de lo femenino, de, por fin después de siglos, hemos sido obligados los hombres a voltear a mirar a la mujer desde otras perspectivas imposibles, incluso en la época. Pero Aristófanes con todo el sistema esclavista y toda la marginación de la mujer de la vida pública en la toma de decisiones, etcétera, es una comedia de avanzada, y como toda comedia, tiene un elemento de crítica social corrosiva, que pone dedos en las llagas, disfrazadas de máscaras de la impostura de la posición masculina frente a la violencia, frente a la mujer, frente al mundo, y cómo son ellas las que desgarran esas imposturas y ponen en el límite al mundo de los varones y todo en un tono de ironía, de sarcasmo, de corrosividad, hilarante en muchos momentos.

Que en determinado momento ellas saben y asumen que tienen el poder, pero nunca se plantea reemplazar la falocracia por la ginecocracia.

No, imposible que en aquella sociedad esclavista pese al enorme auge de la democracia, imposible que se virara desde ahí. Aristófanes tiene otra comedia, muy parecida, donde también las mujeres arriban al poder en este caso, La asamblea de las mujeres, también una comedia, quizá menos corrosiva que está. Pero imposible plantearse la sustitución del género en la cumbre del poder, imposible en la época, si apenas empieza a ser posible en nuestra era, imagínate, no llegó hasta allá pero se acercó mucho, valorando la dimensión de la mujer en la toma de decisiones no solo domésticas, sino políticas, económicas y sexuales. Ahí tú dices, ¡Oh, qué barbaridad!.

Si era de avanzada definitivamente, ahora, eso es lo que plantea Aristófanes, ¿qué plantea Antonio Peñuñuri?

Fíjate que esa pregunta yo se las vertí a ellos, a ellas en principio, porque eran las que estaban más interesadas, el elenco masculino estaba un poco reacio también al principio, por obvias razones, igual que yo. ¿Qué quieren con esto, qué pretenden?, y a partir de eso empezamos a soltar provocaciones, la pregunta que les dejé de reflexión se volvió material sustancioso de la puesta en escena, que fue: ¿Cómo están nuestros universos familiares en relación a las ausencias o la decadencia de los mundos masculinos?, ¿cómo hemos vivido nuestras historias familiares en la paulatina o drástica ausencia de presencias masculinas, de figuras de poder, los padres, etcétera, varones?. Y a partir de esa pregunta: ¡Auxilio!, soltaron un material que luego tarde tiempo en reaccionar, dije ¿qué voy a hacer con esto, con este material?. Lisístrata es una comedia pero incluso puede llegar al extremo de la farsa, y el material de ellos era melotrágico, como lo llamé, el subtítulo quedó, ¿A mí qué carajos Lisístrata?. Comefársica melotrágica.

Bonito juego de palabras.

Que es la mezcla de los géneros y fue gracias a esa pregunta ¿cómo están nuestros universos familiares?, y no solo familiares sino también amorosos con relación al mundo de lo masculino, que se diluye, que se desmorona, que se resquebraja, que se abren grietas, fisuras, y que manifiestan también patadas violentas de resistencia; la brutalidad de los feminicidios, que son eso, patadas de ahogado, todavía esa brutal resistencia a soltar las riendas de un poder milenario.

Frente a esas preguntas que nos hicimos en primer lugar, y después ellos, respondieron con un material muy íntimo, muy crudo, muy fuerte, y en muchos tramos dolorosos.

¿Nunca aprenderemos a convivir de manera armónica, caminando juntos?. Algún sector del mas rudo feminismo desde hace mucho tiempo tomaron una actitud revanchista, como de venganza, si nos han sometido toda la vida, ahora viene la nuestra y ahora ustedes van a ser los sometidos. Estoy absolutamente convencido que la cosa no va por ahí.

Me choca que digan: Hay que pelear contra la violencia contra las mujeres. ¡No!, hay que pelear contra la violencia. A las mujeres no, pero si podemos violentar a todos los demás: a los niños, a los ancianos, a los hombres, también hay hombres golpeados por sus mujeres, a los perros, a cualquier ser vivo, sea animal o vegetal. A mí ese tipo de etiquetas me salen sobrando, yo digo que hay que pelear contra la violencia, contra la injusticia. Hay que luchar a favor de la igualdad, pero no sometiendo a uno a costa del otro.

Parece por un lado Inevitable. En la historia de los grandes movimientos de reacomodo de la civilización, los vaivenes del poder, etcétera, siempre se habla de cuando hacemos un brusco brinco hacia el extremo opuesto, como está sucediendo ahora, que por un lado era más que necesario, y va a seguir siendo necesario por un rato, es evitable que estando en el otro extremo, se espejeen los comportamientos. Las mujeres traen, con mucha carga de justificación, una violencia ancestral reprimida, guardada, oculta incluso para muchas de ellas, me lo han contado varias colegas, por ejemplo una de ellas me decía, yo no sabía que traía toda esta violencia interna en contra del mundo masculino en particular, y en general. Y está más que justificada en la historia.

Y con eso no justifico la violencia de ciertos movimientos radicales feministas, para nada, pero sí entiendo el proceso, tiene que llegar un momento en el que ese otro extremo en el que estamos y que apenas estamos tocándolo, llegué después a un cauce que equilibre, me temo que no nos tocará a nosotros llegar a ese equilibrio, como fenómeno social quiero decir, porque a nivel de fenómeno de comportamientos familiares, de parejas, etcétera, por supuesto que ya empieza a suceder desde hace rato.

Imagínate que la lectura que todo el tiempo, durante milenios hemos tenido de lo que es un hombre, y de lo que desde la postura del hombre es una mujer, comportamientos que casi están en el código genético del mundo, en primer lugar masculino, pero incluso de buena parte de la población femenina. Sacudir esas estructuras milenarias de lo que es el poderío de lo masculino y en segundo lugar de lo femenino, sacudir eso, ya por sí solo, esa sacudida es violentísima y salpica para muchos lados.

Ojalá algún día lleguemos a esta situación, aunque, como bien dices no nos va a tocar. En algún momento todos, e incluso muchas, aun sin ser misóginos o machistas, contamos o celebramos chistes, situaciones. Hay muchas frases que de repente uno dice, nunca lo use en sentido ofensivo, así se usaba, como aquella famosísima frase de Schopenhauer, “Las mujeres son seres de cabellos largos e ideas cortas”, por ejemplo.

Estoy seguro que nunca hubo conflicto entre tu elenco, conformado de puros jóvenes, a la hora de poner las cartas sobre la mesa de sus intereses, ¿cómo fue el proceso para llegar a acuerdos en cuanto al texto, porque no están montando a Aristófanes?

Fue difícil, como queda planteado en el montaje, porque capturamos mucho de esos momentos que quedaron como material de puesta en escena. Al principio los hombres no estaban de acuerdo con la elección de la obra, pero como buenas capitanas, las mujeres terminaron imponiendo sus razones y ellos decidieron entrarle, entonces hicimos preguntas de ¿cuál va a ser nuestro rol masculino?, ¿qué queremos nosotros aportar desde ahí, jugar desde ahí. Nos están invitando a mirarnos de frente, y ahí sale una primera inquietud de ellos, muy interesante, este concepto de las otras masculinidades, las nuevas masculinidades, que empezamos a desarrollar, a investigar en carne propia, en primer lugar sus propias historias familiares, y salió un material muy rico de resistencia al principio, que queda plasmado en los primeros cuadros de la obra. Ellas traen un empuje muy fuerte que no culmina todavía en nada, es decir todavía genera insatisfacciones en ellas, y en ellos resistencia. En los primeros cuadros ellos no quieren entrar al juego, no quieren entrar a terapia, no quieren entrar a la ficción, no quieren hacer teatro y viene ese regateo muy rico, y de pronto la hilarante corrosividad del texto de Aristófanes va cautivando, va atrapando.

Luego nos metimos con, no lo vuelvo a hacer, decidimos tomar micro talleres de Clown y de máscara y quisimos meternos con esos materiales, y mis respetos, ofrezco disculpas públicas. Tomamos principios muy básicos, dijimos queremos jugar con este material, yo ya traía ganas de la máscara desde hace rato, pero no me atrevía. Se tomaron esos micro talleres con mucho entusiasmo de dos grandes talleristas, una mujer en Clown y un hombre en máscara, de ahí capturamos ciertos momentos como para entrar también al juego.

La convención es que es un grupo de no actores y deciden hacer teatro sin saber hacer teatro, ni siquiera saber que es eso del teatro, y entonces se topan con información variada de que se trabaja así, pero también en teatro con esto, y de esos accidentes, desde la inocencia de la ignorancia se llega al recurso de la máscara, desde el plagio, es decir, están copiando la obra que hace otro elenco y descaradamente deciden que van a plagiar aquel montaje, aquella puesta en escena, aquel texto en primer lugar, y ciertas herramientas técnicas de aquella producción profesional, que no se nombra mucho, desarrolla. A partir de ahí viene todo un juego de confusiones, de torpezas, de accidentes, que se empatan también con los accidentes de los desencuentros de los universos masculinos y femeninos en Lisístrata. Por ahí va.

El diálogo que se hace al termino de la obra es muy rico porque hace que se cuestionen cosas que uno siente, pero no sabe expresar, no es justificación pero la cultura sentimental que nos fue impuesta a los hombres, incluye cosas muy absurdas, como “Los hombres no deben llorar”. Afortunadamente esto ha ido cambiando, hace años por primera vez en mi vida vi, en un pesero, a un hombre joven con su bebé y su pañalera. Esa imagen, hermosa, se me quedó, porque los padres eran proveedores y no se hacían cargo de la educación, aunque no fueran violentos ni machistas. Así era, ellos le caían con el gasto y la mamá era la que se hacía cargo de la educación de los hijos. Afortunadamente eso ha cambiado, jamás he sido misógino, toda la vida he trabajado con mujeres, he tenido muchas jefas. Es inconcebible un mundo sin mujeres, ni siquiera en la peor de las borracheras al llamado de José Alfredo. Sí pasaban estas cosas, así educaban y formaban a los señores y por supuesto que entre varones estaba absolutamente prohibido decir te quiero, o manifestar sentimientos positivos.

Pero fíjate que el teatro, como siempre un espacio de avanzada en muchos de los sentidos del comportamiento social, individual, familiar, etcétera, yo me acuerdo mucho una sentencia de Ludwik Margules que nos irritó a los hombres que estábamos en el propedéutico que nos habíamos quedado en el CUT, que nos dijo algo que nos revelamos en ese entonces y le dijimos con la confianza descarada que nos producía desde el primer contacto ese brutal hombre, ese extraordinario director, y muy censurante que sería hoy, nos dijo: Por un buen actor, hay 9 extraordinarias actrices. Y le dijimos, no pinche gordo, estás pendejo, ¿cómo te atreves?. Y total, absoluta razón tuvo.

La experiencia de tantas décadas ya de uno en este mundo de teatro, demostró desde el principio, desde el propio propedéutico, que el universo femenino de mi grupo, y de la escuela y etcétera, traía un empuje que los hombres teníamos que hacer un sobreesfuerzo para no quedar atrás.

O sea, desde los 80s estoy hablando, nosotros los teatreros, me atrevo a decir que en muchas de las escuelas, en aquel tiempo, no sé si afortunadamente, solo había tres grandes escuelas el CUT, la ENAT y Filosofía y Letras, pero en todas había la constancia de una capacidad mucho mayor y una fluidez mucho más productiva de las actrices, que de los actores.

Desde ahí nos acostumbramos mucho, tanto ellas como nosotros los hombres, que el empuje estaba en el mundo de lo femenino. Había un gran teórico inglés de la época que tenía un ensayo muy interesante que hablaba de que la actuación era en esencia una actividad femenina, el actor se abría para ser penetrado por el personaje y parir al personaje en escena. Era un acto femenino decía él, y más allá de esa analogía metáfora creo que tenía mucha razón.

El caso es que crecimos en el teatro viendo ese poderío de lo femenino y hasta la fecha. Ese poderío de lo femenino actualmente se ha recrudecido porque al hacer procesos de entrenamiento en las escuelas, que yo ya estoy retirado de las escuelas, este entrenamiento inclusivo de excesivo respeto, de cero contacto físico, de el permiso para muchísimas de las cuestiones de lo que es una dinámica pedagógica al interior del salón, todas estas nuevas vertientes de “lo correcto” generan respuestas masculinas poco consistentes porque hay cero tolerancia a la frustración, al empuje, al reto, al ponch, etcétera. En cambio la mujer no tiene restricciones, nunca las ha tenido, en el universo la ficción hablo, y pues con más razón crece su potencia. Padrísimo, padrísimo, lamento mucho que sea en detrimento de la potencia de lo masculino, ahí sí. Pero ellas no tienen la culpa.

No, por supuesto, y todo esto, o gran parte de esto, queda manifiesto en la puesta en escena.

Pues intentamos, lo intentamos. Ahora en esta segunda temporada, la primera fue en el Foro Contigo Américo a finales del 2024, hemos tenido varios retos. Uno, la ausencia de una actriz; dos, el espacio que está totalmente modificado. Yo estaba fuera de la ciudad cuando se tenían que tomar decisiones de en qué lugar del Milagro íbamos a representar, y se eligió un triángulo, que yo por video no percibí del todo. Y trabajar como espacio escénico la figura de un triángulo es como de lo peor, entonces fue un quebradero de cabeza, es el segundo reto, que es en la parte de abajo, llamada El Milagrito, que es muy padre ese teatro, que cuando le encuentras la clave para la perspectiva del espectador y la perspectiva de los actores frente al público, suceden ahí cosas muy interesantes.

Y el tercer reto que tuvimos fue vernos solo una vez a la semana, intentamos entre semana, los jueves por ejemplo, tener un encuentro de ensayo, de corrección, etcétera, que no se nos está siendo suficiente. Entonces cada lunes damos una función radicalmente diferente, nunca habíamos vivido la experiencia de una función a la semana, y nos está cimbrando, nos esta poniendo en lugares que no conocíamos y que tenemos que aprender a responder rápido ya van varios lunes y son funciones radicalmente distintas.

Vale mucho la pena verla es encontrarse o reencontrarse con los clásicos pero filtrados, no son los originales pero está la esencia de lo que ellos plantean visto desde la óptica de la actualidad, en un proceso de puesta en escena.

Yo toda la vida he sido profesor de actuación y trabajo con ex alumnos y con alumnos que entreno en mis talleres ahora.

Cuando decidimos montar una obra, de todas las obras que hemos montado, la pregunta que nos hacemos es, ¿cómo juega el mundo de esa ficción en mi propio mundo, y como mi mundo puede caber en el mundo de esa ficción?, o sea, un diálogo totalmente horizontal entre dos universos, el ficticio y el real de los actores. Esa pregunta siempre, siempre la planteó de inicio, incluso está en el título o subtítulo de mis talleres, de tal suerte que, como Fedra, que conociste, importa, si, la historia de los grandes mitos de esa rueda de la tragedia del mundo de las mujeres de Fedra, pero importa también mucho que sucede con ese elenco, dónde quedan con aquellos universos trágicos, y ahora con estos universos comi fársicos, que abre de mi mundo, que me invita, y abrir esas reflexiones y convertirlas en elementos ficcionales, que ese es el gran reto.

Esa es una postura que difícilmente me pienso mover de ahí, yo quiero que una obra sea el gran pretexto que abra los universos personales a siglos de distancia, a milenios de distancia, qué sucede hoy con nosotros frente a aquellos mundos y como aquellos mundos resuenan e incluso nos modifican en nuestros propios mundos. 



 

 

El teatro es de todos. ¡Asista!

 

Absolutamente recomendable.


¿Y a mí qué carajos Lisístrata?. Idea original y dramaturgia, Antonio Peñúñuri.

Dirección: Antonio Peñúñuri.

Actuación: Altea Santiago, Diana Cázares, Gabyta García, Grecia Atilano, David Calva, Federico Lázaro, Francisco Buentello, Heber Medina, Ramón Hernández.  

Producción: Colectivo En la Cuerda Floja.

Lunes 20 horas, hasta el 19 de mayo.

Teatro El Milagro, Milán 24, Col. Juárez.

* Las fotografías que ilustran esta entrevista corresponden a la puesta en escena del 2024 en el Foro Contigo América.



 
 
 

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