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Ve ráfagas y traduce la luz. Texto y fotos: Salvador Perches Galván.




Hace tiempo, hablar de monólogo era otra cosa, no cualquiera se aventuraba a hacerlo. Uno en particular el celebérrimo, y hasta la fecha referente, El diario de un loco encumbró a Carlos Ancira, que lo interpreto a lo largo de prácticamente 3 décadas, cuando empezó era muy joven y, cerca de su muerte ya era muy viejo para el personaje y lo seguía actuando. La puesta en escena también encumbró a su director, el chileno Alexandro Jodorowsky, también responsable de El Gorila, otro monólogo célebre que lanzó a su interprete Humberto Dupeyron a las grandes ligas, y que aún presenta esporádicamente. En la actualidad el monólogo nutre mayoritariamente las carteleras, por lo menos locales, es, sin duda, el rey del teatro por obvias razones.

Por razones complejas, afirma el espléndido actor Bernardo Gamboa, quien ingresa plenamente a las ligas mayores con Tártaro, por los medios de producción, porque el mundo es más individualista, porque todo mundo también individualiza de alguna manera su poética, entonces hay muchas razones interesantes, de las cuales hay que pensar que tienen siempre el lado luminoso de la moneda y también el lado oscuro. El lado positivo: se puede producir fácilmente y esto obviamente lo que está revelando es que es difícil producir en colectivo, es difícil conseguir dinero para producir en colectivo; también luminoso, que cada uno afina sus estéticas, sus poéticas, que cada una de las personas podemos pensar individualmente el arte teatral, o el arte escénico y esa es una parte luminosa de la moneda.

Pero la parte oscura es ¿cómo creamos pensamiento colectivo?, ¿poéticas colectivas?, etcétera. De alguna manera es una reflexión muy interesante la de los monólogos, por qué están funcionando tan bien, o si al espectador ya le hartaron, o no; todas preguntas interesantes.

En efecto, es un poco más fácil producir un monólogo que producir una obra de dos, o más personajes. El covid ayudó mucho, también por obvias razones: porque es una sola persona en el escenario, la sana distancia y también abate costos, pero todos hemos visto monólogos que piensas: ¿Pero cómo se atrevieron?, por la falta de rigor, por la falta de compromiso, por la falta de talento.

Sí, a veces también pasa que tú puedes tener una buena actriz, un buen actor con una gran voluntad de hacer algo en escena, pero al no tener conocimientos de dirección escénica puede ser difícil que organice su discurso. Piensas, aquí hay una gran potencialidad, hay temas interesantes, una actualidad padre, pero al no poder organizar el discurso desde afuera, se vuelve muy complicado para los actores, por más en pandemia que estén, realizar siempre con efectividad el monólogo. Tienes que tener conocimientos de dirección, naturalmente, y tener equipo.

En Tártaro, Gamboa narra la historia de un futuro sicario, el hijo de una nación en ruinas, gestado en medio de una guerra fratricida. Estamos en el último instante de su último enfrentamiento. En medio de las ráfagas, siente el golpe del disparo que segará su vida e, intentando hallar sentido, recorre sus momentos clave: desde su anémica gestación y la agonía de su madre provocada por sus condiciones de trabajo. Vio a su pueblo ocupado por camionetas de lujo, acallarse ante las ráfagas nocturnas. Vio a su hermana ser levantada y no volver. Casi jugando, se hizo halcón, luego escolta de un jefe de plaza. Ganó poder, mamó violencia, sembró muerte. Se hizo sicario y se convirtió en una máquina de muerte. ¿Cómo llegas a Tártaro, estás involucrado desde un principio en la creación de la obra?

En realidad es un proyecto que inicia en la cabeza, me parece, de Sergio López Vigueras, como dramaturgia. Él tenía muchas ganas de hacer una versión sobre el narco, de alguna manera, como lo que él cuenta en Generales, digamos que López Vigueras es especialmente investigador de asuntos sociopolíticos, de geopolítica, en general del narco en México, y tiene varias cosas en donde trata el tema, pero tenía muchas cosas de profundizar sobre un personaje específico, llevaba bastante tiempo investigando y de pronto se lanzó a la idea de hacer este texto. Es un texto realmente, si lo ves, escrito a la manera de un poema, no tiene especialmente diálogos ni nada, aunque hay mucha dramaturgia dentro del poema, porque hay personajes, porque hay situaciones y conflictos, pero en realidad la manera, la forma de la escritura es la de un poema, entonces creo que su reto formal era ese, buscar hacer un poema épico, quizás, sobre un sicario específico.

Eso, más varios años de trabajar junto con David Psalmon en distintos proyectos, él también trabaja con proyectos solo, a veces ha dirigido en solitario. Ellos dos encuentran la mancuerna para hacerlo, buscan al actor y me dicen a mí. Yo entré una vez que el proyecto ya estaba pensado y había empezado a ser escrito, no estaba totalmente escrito, no había terminado Sergio, pero ya estaba con bocetos bastante terminados, ahí es donde me invitan, de tal manera que no puedo leer la obra completa, pero puedo leer la idea, la concepción y eso fue lo que me hizo entrar al proyecto del todo.

Platiqué con David y hablamos de ciertas consignas específicas de dirección, de qué es lo que yo veía, qué es lo que él veía, como imaginábamos que se iba a resolver escénicamente una cosa así, etcétera, y tuvimos, como siempre, mucha comunicación, eso me hizo decidir trabajar con David, con quien ya había trabajado en dos obras anteriores, y me había sentido a gusto y ahora, al estar él y yo solos todavía un poco más porque la comunicación se vuelve mucho más directa, mucho más creativa en cierta medida.

Acepté el proyecto porque me parece un texto muy, muy interesante y aparte me sentía contento con el trabajo de David en general, entonces ahí fue que acepté, nos lanzamos y a la hora de empezar a montar todo fue muy agradable, también doloroso porque era un proceso duro, pero interesante por todos lados. Esa es la historia.

David Psalmon es un director que se caracteriza por llevar a cabo propuestas escénicas arriesgadas y profundamente conectadas con la realidad contemporánea. Esta vez indaga en los orígenes de la violencia a través de la trayectoria de una suerte de “mártir contemporáneo” sacrificado por un sistema que no se cansa de generar exclusión y desigualdad. Un joven que no tuvo otra opción, para sobrevivir, que nutrir las filas del crimen organizado siempre ávido de nuevos reclutas procedentes de los extractos más vulnerables de nuestra sociedad. Sin duda alguna, a partir del texto de Sergio y de la propuesta de puesta en escena de David, contribuiste mucho.

Yo soy un actor que, no sé si sea bueno o malo, pero necesita incidir en los procesos de dirección todo el tiempo, todo el tiempo. Normalmente hago una cierta concepción de la escena que me toca actuar e intento proponer dentro de mi trabajo actoral, dentro de la escena, proponer desde mi cuerpo, desde mi voz, desde mi lenguaje actoral, proponer cosas que están lanzando puntas y lanzando líneas que tienen que ver con el sistema de dirección. Es decir, cómo me relaciono con el espacio, como me relaciono con el tiempo, como me relaciono con la plástica escénica, qué tipo de estética física es la que quiero usar. Entonces me gusta entrar a escena con cierta concepción de dirección siempre en un plan de jugar Pin Pon con el director: Mira yo estoy imaginando este universo y tú puede regresarme la pelota como tú quieras, siempre con la idea de que el director al final, es quien tiene la última palabra en este tipo de trabajo porque él está viendo las cosas de afuera y las puede concebir y eso fue muy rico con David.

Realmente él fue súper generoso en dejarme proponer, dejarme proponer concepciones, cambios de tono, cambios de escena y al mismo tiempo él también estar proponiendo mucho, entonces estábamos los dos proponiendo bastante sobre la mesa y eso fue formando una concepción general, y al final, naturalmente David fue el responsable de ir organizando todo ese material, organizándolo poco a poco para tener una estructura ordenada y compatible con el público.

Es más que evidente que este personaje te exige mucho histriónicamente, pero también física, anímicamente, y me refiero a lo violento, que no es producto de la imaginación de López Vigueras, En Tártaro se reflexiona, desde el cruce entre la investigación sociológica y la poesía, sobre las circunstancias a las que se enfrenta una gran parte de la juventud que construye nuestro país debido al narcotráfico imperante en todo el territorio, lo vemos, lo leemos a diario en las noticias, una violencia irracional, absolutamente fuera de control, y como bien lo dijiste es muy doloroso este presente que tiene la juventud en México.

Sí, totalmente. Para poder sostenerlo yo desde el principio sabía que no iba a ser capaz, y eso lo sigo pensando, no por hacer un acto de falsa humildad. Digamos, nosotros, universitarios, nosotros, teatreros de cierta clase social, etcétera, somos incapaces de, verdaderamente, representar de forma realista a estos personajes, no los vamos a representar del todo, y ahí ves ejemplos de cuántas series de narcos en Netflix, en donde lo que tienes, de alguna manera, son caricaturas divertidas, virtuosas, bien actuadas incluso, pero más allá de que estén bien actuadas, sean divertidas o virtuosas, la verdad es que representar a profundidad ese dolor, esas vicisitudes situacionales, esas circunstancias específicas de esos personajes se vuelve un poco pretencioso porque tú no has cruzado realmente esos dolores. Entonces mi pensamiento primero fue: no me interesa representarlo.

Digamos que yo me tengo a mí mismo, yo tengo a Bernardo y siento cosas frente a esto, entonces siempre estoy actuando frente al personaje y en el estar frente al personaje a veces estoy dentro de él, a veces fuera, a veces opino sobre él, a veces vuelvo a cruzar por adentro de él, pero siempre pensando y aceptando que existe una identidad que es mi propia identidad, que va a estar cruzando en ese río que es el personaje, y eso me relajo, él no pensar que yo soy capaz de representar, hay una crisis de representar personajes, representar a una madre que busca a sus hijos cuando tú no lo eres. Creo que el teatro debe reflexionar sobre la crisis de representar a estas personas que nos sobrepasan en términos de situación y de dolor.

Entonces no me preocupé demasiado por representarlo, sino más bien por transmitir una energía y una cierta poesía, que el espectador pueda, como yo, de alguna manera asomarse a un mundo a través ¿de dónde?, a través de mi voz, de mi cuerpo, de la poética del espacio, del video, de la iluminación, del trabajo de dirección de David, que el público pueda adentrarse en ese mundo sin necesidad de, forzosamente, ver un retrato exacto de ello, y eso nos obligaba, como Sergio, igual, a irnos a un mundo poético, estar trabajando siempre al sistema de metáfora, sistema de metáfora, sistema de metáfora, para que el espectador pueda realmente hacer su propia lectura, tener un cuerpo abierto en escena, para poder él, de alguna manera, escribir su propio libro sobre el cuerpo del actor, escribir su propio libro y su propia historia sobre el espacio, escribir su propia historia sobre el video de Miriam, sobre la música de Hidalgo, sobre el vestuario de Marín del Río.

Creo que fue un poco ese el reto, como puede ser una hoja llena de acciones, llena de signos, pero al mismo tiempo como una hoja en blanco en donde el espectador pueda proyectarse y pueda, él, poner su propia historia y creo que la obra funciona por eso, porque el espectador, al final, puede poner su propia historia y sus cosas ahí arriba.

Si hubieran intentado hacer una puesta realista sería insoportable, por el grado de violencia que tiene y que es violencia emanada del cotidiano real.

Sí totalmente, totalmente, para mí lo importante es eso, como esa violencia transmite una energía, tiene una traducción poética, sobre todo tiene una traducción muscular, nerviosa y bocal, o sea esa violencia tiene también esa belleza de algunas cosas. Es difícil ver a un narco que piensa como él, por ejemplo, él en la infancia, tiene una serie de imágenes y cosas que ve, que uno pensaría, no, un sicario nunca vería eso, no vería el mundo de esa forma. Por ejemplo, él se clava mucho en los mangos que caen en el patio de su escuela, por decirte solo una de las imágenes, como ve las imágenes de la guerra, como ve las balas, como ve una granada, como ve como cruza el fuego, etcétera, es un personaje que ve esas cosas de forma poética, ve ráfagas y traduce la luz, que traduce la guerra de una forma distinta, tiene una mentalidad particular y esa mentalidad particular también es sui géneris y también es especial, singular dentro del personaje, y eso es la gran aportación de Sergio.

Para mí lo importante era eso, entender cuál es la energía que tiene que estar aquí, el tejido nervioso, por decirlo de alguna manera, se que es subjetivo decírtelo así, pero para mí era eso, pensar cuál es el tejido nervioso, cuál es la musculatura, cuál es la energía, cuál es el color, cuál es la pátina, cuál es el filtro de este ser.

Un poco era eso la idea para que el espectador pueda echarse un clavado ahí adentro. Si, por un lado, hay un nivel de violencia brutal, pero por otro lado hay una serie de imágenes poéticas que también nos hablan de un lado, no diría blanco del personaje, pero sí de un lado a veces tierno, de una fragilidad brutal también.

Tártaro es una tragedia contemporánea, un réquiem de cuerpo presente, un reflejo de lo que sucede en los ranchos, en los pueblos, donde el crimen organizado hace sentir cada vez más sus estragos. La obra atraviesa la trayectoria de vida de un joven como hay miles en nuestro país. Un asesino a sueldo. ¿Un monstruo o un mártir?. En la puesta en escena están perfectamente empatadas las palabras, con la estética de la puesta en lo poético, y es muy importante que la obra no juzga al protagonista, por supuesto que no lo justifica, sin embargo, se puede entender que él, al igual que cientos o miles de personas, no tienen otra alternativa, son producto de la sociedad en que vivimos.

Sí eso está muy claro en general, creo que eso también me atrajo mucho de la obra, que no es moralista, y a veces saca de onda un poco que no lo sea, en el sentido de decir, tú puedes tener dos discursos: primero, todos somos responsables de nuestros actos, absolutamente todos los seres humanos somos responsables, nada de lo que hacemos verdaderamente depende de nuestras circunstancias, sino que siempre existe una voluntad que te hace lograr ser bueno, ser exitoso, etcétera, este es un poco el discurso normal de derecha. Y también está el discurso sociológico, más profundo, de izquierda, que también puede ser, a veces, un poco plano cuando dice: todos dependemos 100% de nuestras circunstancias, no existe casi la libertad individual, no existe el libre albedrío, realmente un chico sicario no tenía ninguna oportunidad, solamente podía ser eso.

Creo que la obra de Sergio, y mí me gusta jugarla así, tiene estos dos discursos, este discurso sociológico de izquierda, muy común, políticamente correcto, y el discurso de derechas muy políticamente incorrecto, muy de señor, de hombre rico, de hombre blanqueado, etcétera, ese discurso está entremezclado con el otro, todo esto se reduce a ¿es responsable o no es responsable el personaje de esas cosas que hace? y por lo tanto, ¿el sicario es responsable de las decisiones violentas que ha tomado o no?. Y la respuesta, en la obra, realmente ¡no está!, porque a Sergio no le interesa la respuesta, entonces de alguna manera, la patada al espectador, o la invitación al espectador, es que no tenemos que contestar forzosamente la pregunta. Podemos primero adentrarnos a comprender cómo funciona el universo emocional, intelectual, físico, de una persona cómo está y luego ya cada quien juzgará, y creo que eso es muy interesante de la obra.

A mí me gusta mucho el hecho de no decirles a los espectadores… y nosotros al final creemos qué tal, y en ese sentido la obra no es tira neta, no es tira neta en lo absoluto, simplemente nos centramos en el universo de alguien y a mí me gusta el teatro que intenta no decirnos la verdad final, moral. ¿Esto es bueno, esto es malo?, ni siquiera, ¡pobre hombre, o maldito!, ese juicio moral no está tan claro porque a veces en la obra creo que dices mansito, y a veces dices pobre y a veces… entonces realmente el juicio moral es ambiguo y superpuesto.

A mí me gustan mucho las obras dónde hay esa esa condición ética en donde no sabes muy bien dónde hay dialécticas de idea, me fascina y creo que esta obra lo tiene. Ojalá y podamos seguir sosteniendo esa idea dialéctica.

La obra no da respuestas más bien deja muchas dudas y es el espectador quien tiene que disiparlas.

Luego de una prolífica carrera en la que abunda la experimentación, la propuesta, ¿qué te deja Tártaro?

Obviamente disfruto mucho cuando los proyectos son bien recibidos por el público, siempre lo disfruto mucho, siempre es un aliciente saber que tu trabajo funciona para comunicar, para tocar un poco los corazones y las cabezas de los espectadores. Entonces cuando hay respuestas intensas, como ha sido Tártaro, obviamente es una alegría total, entonces en mi carrera actoral significa eso, una obra de esas que te abrazan, que de alguna manera dicen ¡Sí, adelante!, que te estimulan por el trabajo que has hecho durante toda tu vida, si sirve, si funciona. Sí, entrenar diario funciona, si leer funciona, si estar investigando funciona, Teatro bola de carne, que es mi grupo, que conoces bien, mi grupo de investigación, es un grupo que sus investigaciones van a irradiar sobre los personajes y sobre los trabajos que hagan en otros lugares, entonces también Tártaro de alguna manera me dice, ¡es un buen camino el hecho de clavarte, de meterte y de encerrarte!, porque, a veces, uno puede llegar a dudar al no tener un reconocimiento inmediato en un mundo donde todo pareciera cruzar por la vía del reconocimiento. Por ejemplo, yo no hago películas, no hago series, no porque me molesten, no, me gustan, me gustan mucho y me parece un lenguaje lindo, pero no lo hago por tiempo, porque estoy muy clavado en el teatro, y de pronto veo que el mundo de Facebook, el mundo de las redes, tiene un aplauso muy grande al reconocimiento, todos necesitamos el reconocimiento, y el reconocimiento de pronto puede desviarte un poco del entrenamiento, de lo que verdaderamente importa, de estar estudiando, de entender que aunque tengas 65 años de edad, te tienes que actualizar y entender que es el teatro contemporáneo, y entender que se hace en otros países.

Entonces para mí, de alguna manera cuando hay pequeños reconocimientos, grandes reconocimientos o lo que sea, pero la gente está recibiendo tu trabajo, está siendo tocada por él, me siento muy feliz, porque la respuesta de ¡Vas por buen camino! sigue trabajando, y como lo que más me gusta es trabajar entonces es la reafirmación de: ¡No estás equivocado! Y eso obviamente significa un sentido total de la vida.


Tártaro. Réquiem de cuerpo presente por el niño que aprendió a matar, una obra que exhibe el violento panorama al que se enfrenta gran parte de la juventud en México, con esta temporada el Colectivo TeatroSinParedes celebrará sus primeros 20 años de existencia, pues el 20 de septiembre de 2001 dio su primera función oficial con Un hombre es un hombre, de Bertolt Brecht, en el Foro de las Artes del Cenart.




El teatro es de todos. ¡Asista!


Absolutamente recomendable.



Tártaro. Réquiem de cuerpo presente por el niño que aprendió a matar. De Sergio López Vigueras.

Dirección: David Psalmon.

Actuación: Bernardo Gamboa.

Foro de las Artes. Centro Nacional de las Artes. Av. Río Churubusco 79, Colonia Country Club Churubusco, Coyoacán. Metro General Anaya, hasta el 6 de junio.

Hasta el 26 de septiembre, jueves y viernes, a 20 horas; sábados, 19 horas; y domingos, 18 horas.

El boleto tiene un costo de $120 y los jueves $30.

Las personas asistentes deberán seguir un riguroso protocolo para la protección de todos, el cual incluye el acceso a través de un filtro sanitario, uso obligatorio de cubrebocas y la sana distancia, de acuerdo con los lineamientos establecidos por las autoridades sanitarias.

Para más información consultar la página www.cenart.gob.mx.


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