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Reportaje: Divertida, reveladora y devastadora. Texto: Salvador Perches Galván.

  • eseperches
  • 1 ene 2022
  • 11 Min. de lectura


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Considerada una obra de culto del teatro contemporáneo, Los chicos de la banda, a más de cinco décadas de su estreno, ha vuelto a las carteleras de Broadway y del mundo. En su estreno eran tiempos muy rudos. La obra habla del ser humano, de problemáticas sexuales o de género.

Sin pudor, la obra abrió la conversación sobre la homosexualidad. Si en la actualidad aún existen conflictos, problemas de odio y género, intolerancia y homofobia, no es difícil imaginar que, en 1968, en Nueva York, existía una policía encargada de someter, torturar, golpear y encarcelar a los homosexuales.

Era una época muy ruda y, desgraciadamente esas problemáticas no se han erradicado del todo, aunque el tema se ha abierto a la reflexión. Se ve en películas, series, y hasta en telenovelas, pero en ese momento era totalmente prohibido, no existía.

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En la década de los 50s del siglo pasado, su autor, Mart Crowley, trabajaba como asistente de la actriz Natalie Wood y de su marido, el también actor Robert Wagner. Wood era célebre por apoyar a la escena gay hollywoodense de la época. Es en ese período cuando Crowley escribió The Boys in the Band, el título surge de un diálogo de Nace una estrella, cuando James Mason le dice a Judy Garland, otro importante ícono gay. “Estas cantando para ti y para los chicos de la banda”. La obra se estrenó en 1968 en el Off-Broadway bajo la dirección de Robert Moore y estelarizada por Kenneth Nelson, Peter White y Leonard Frey, entre otros. Despertó polémica desde su estreno, hablar de homosexualidad en la década de 1960, aún en los Estados Unidos, era un tabú. De inmediato, la obra ganó un estatus de culto.

Crowley nació el 21 de agosto de 1935 en Vicksburg, Mississippi, en una familia homofóbica, religiosa y de “buenas costumbres”. A muy temprana edad, sabía que su vocación era escribir, sin embargo, no sabía sobre qué, ya que otros artistas como Tennessee Williams o Eugene O’Neill ya habían expuesto en la dramaturgia sus experiencias de vida en el sur de Estados Unidos.

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La mayoría de sus proyectos fracasaron, los estudios cinematográficos no lo querían contratar y perdió a su agente, lo cual lo llevó a una depresión con inicios de alcoholismo severo, sin embargo, encontró su motivación y alivio creando una historia que expresara lo que él como homosexual podría contar. Al asistir a una fiesta de cumpleaños, se percató que el evento podía ser detonante de diversas problemáticas y personajes. Crowley se sentó a escribir y en cinco semanas surgió The Boys in the Band.

El argumento es, en primera impresión, simple. 1968, Manhattan, se celebra el cumpleaños de Harold. Sus amigos, Los chicos de la banda, le preparan una fiesta en el apartamento de Michael. Como regalo, sus amigos contratan a un escort. La velada se ve interrumpida cuando un amigo de la universidad de Harold, Alan, le llama para informarle que está de visita en Nueva York. Harold se ve obligado a invitarlo a su casa. Alan es heterosexual, católico y muy ortodoxo. Harold y sus amigos se ven obligados a fingir y ocultar su orientación sexual para no incomodar a Alan. Pero, al transcurrir la noche, y al calor del alcohol, la realidad sale a flote y se desarrolla una divertida, reveladora y devastadora serie de situaciones que hará esa noche inolvidable para todos sus asistentes.

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Para provocar que Alan reconozca su homosexualidad, Michael organiza un juego aparentemente inofensivo: cada uno de ellos, deberá llamar por teléfono, en aquel entonces la gente se comunicaba por teléfono, a aquella persona de la cual estuvieron enamorados y si aún sienten algo, confesarle sus sentimientos. Dicho juego pondrá a prueba la amistad y unión del grupo, también golpeará a varios de los partícipes, especialmente al anfitrión y creador del juego.

En realidad, la obra ahonda en la rígida moral de la época, donde la represión, la homofobia y otros tipos de intolerancia salen a la luz. Bajo un disfraz de comedia, muy ácida, la obra expone muchas circunstancias y golpeó muy fuerte en la doble moral de los Estados Unidos y en los países donde se representó. México no fue la excepción.

Debido a su calidad y al estatus de “obra de culto” que ganó, el montaje se ha representado con éxito en Broadway en tres ocasiones más: primero en 1995, luego en 2002 y en 2018, cuando la obra cumplió cincuenta años.

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Mart Crowley, consciente de que el discurso de la obra seguía vigente medio siglo después, decidió darle una “refrescada” al texto, con adaptaciones muy puntuales a la nueva época. La obra se reestrenó con éxito. El elenco fue integrado por: Mart Bomer, Jim Parsons, Zachary Quinto y Adrew Rannells, todos actores homosexuales. La obra ganó el Premio Tony y el 30 de septiembre de 2020 se estrenó la nueva versión fílmica de la obra, producida por Ryan Murphy, interpretada por el mismo elenco del montaje neoyorkino. Mart Crowley no pudo ver esta nueva versión terminada porque falleció el 9 de marzo de este año, sin embargo, su legado sigue presente y vibrante.

El estreno, el 14 de abril de 1968, fue un éxito, el telón subió 17 veces por los aplausos de un fervoroso público, mayoritariamente conformada por homosexuales ante el estreno de una obra de tal naturaleza. El 15 de abril, las colas alcanzaban manzanas enteras. El 28 de junio de 1969, cuando se dieron las protestas de Stonewall, el elenco y Mart Crowley apoyaron al movimiento, y empezaron a dar funciones gratuitas a un público gay joven, lo que hizo que la obra terminara de afianzar su imagen como ícono y estandarte para la libertad homosexual internacional.

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El hecho de que Los chicos de la banda coincidiera con Stonewall, también sirvió para que la gente acudiera al teatro con la misma emoción por la que luchaba por visibilidad y reivindicación. Muchos activistas defendieron la idea de que la obra debía ser objeto de orgullo, sin embargo, otras personas la rechazaron por denostar un odio internalizado por ser homosexual.

En 1971, Los chicos de la banda llegaron a la pantalla grande bajo la dirección de William Friedkin, quien saltaría a la fama con El exorcista dos años después. Con el mismo elenco que la obra de teatro, la película inmortalizó la historia de Crowley.

En 1974 se estrena en México, en el Teatro de los Insurgentes, la polémica obra que daba voz a grupos invisibilizados, adaptada y dirigida por la poeta, dramaturga, directora y activista LGBTQ, Nancy Cárdenas. El año previo al estreno, Cárdenas había sido invitada por Jacobo Zabludovsky a su noticiero de televisión 24 Horas, en el cual, ante millones de televidentes, se declaró lesbiana. Desafiante durante una década de tabúes y estigmas sexuales, Cárdenas se dio lugar como profesional y artista, reivindicando la dignidad no sólo de la comunidad homosexual, sino también de la mujer lesbiana.

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Rafael Solana, dramaturgo y decano de la crítica teatral en nuestro país, escribió en Siempre, el 12 de junio de 1974.

La de Mart Crowley que Nancy Cárdenas ha traducido y adaptado es, desde luego, una obra con todo lo que hay que tener, no un sketch, ni una farsa, ni un circo. No es perfecta; pero tiene más virtudes que defectos. Como de mérito hallamos en cambio el que de los otros ocho personajes, en cierto sentido iguales, haya logrado el autor dibujar ocho personalidades tan distintas, tan claramente diferenciadas y matizadas.

Con Los chicos..., creemos que la señorita Cárdenas ha hecho un trabajo serio y brillantísmo, por el que con el mayor entusiasmo quisiéramos felicitarla. La empresa estaba llena de peligros, de escollos que Nancy ha sabido sortear, son algunos de ellos la vulgaridad, la obviedad, la monotonía, la caricatura, la insolencia, la leperada, la repetición, la pequeñez, la falsedad; la obra nos parece muy difícil de dirigir; pero Nancy ha movido la escena con animación sin caer en el mal de san Vito; la ha entonado con alegría sin aproximarla a la pachanga; ha dado con el justo tono de humorismo que no se parece a la chacota; ha sido fiel sin ser documental; ha sido graciosa sin ser chauacana; dramática sin ser patética; comprensiva sin ser propagandística; crítica sin ser judicial. Con personajes que en otras manos pudieron ser fantoches risibles, ridículos, ha llenado el escenario de vida. Ella debería salir todas las noches, no solamente la del estreno, a recoger aplausos que se ha ganado ampliamente.

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Por su parte, Carlos Monsiváis se refirió a su amiga y compañera de lucha…

¡Qué inoportuna Nancy Cárdenas! Mira que comenzar en el teatro en Poesía en Voz Alta, el experimento escénico más notable de aquella etapa, afirmado en la energía y la belleza casi autónoma de la palabra, en la resurrección de los clásicos y en la burla del teatro de la dicción y del adulterio que nunca se consuma porque los espectadores defendían desde las butacas la fidelidad, no así como lo digo pero casi. Comenzaste a vivir el teatro en Poesía en Voz Alta, y allí aprendiste lo esencial, entre otras cosas que podrías ser mucho mejor directora que actriz.

¡Qué inoportuna Nancy Cárdenas! El teatro fue tu medio fundamental de expresión, y te interesaba particularmente el teatro norteamericano. Y no debió sorprenderme tu decisión de montar Los chicos de la banda. El delegado de la Cuauhtémoc, Delfín Sánchez Juárez, se enfureció por razones de su convicción religiosa, y prohibió la obra. La obra se estrenó, fue un gran éxito, y la inoportuna conoció el don de la oportunidad.

Aquellos primeros Chicos de la banda fueron: Carlos Cámara, Arsenio Núñez, Alejandro Aura, Sergio Corona, Sergio Bustamente, Ricardo Cortés, Juan Allende, Miguel Ángel Turrent, Juan Claudio Bails y Sergio Jiménez.

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Los chicos de la banda, volvieron a escenarios mexicanos en 1982, nuevamente a iniciativa de la activista, dramaturga y directora Nancy Cárdenas. En esa ocasión, el montaje se representó en el Teatro de la Ciudadela, con un elenco conformado por Rodolfo Rodríguez, Sergio Klainer, Otto Sirgo, Ernesto Rendón, Alfonso Iturralde, Juan Carlos Serrán, Juan Allende y José Roberto Hill.

A José Ramón Enríquez no le agrado la obra y así lo plasmo el 16 octubre, 1982.

¿PERO HUBO ALGUNA VEZ CHICOS DE LA BANDA?

Era el tiempo de Mart Crowley y sus Chicos de la banda un producto netamente comercial, “fuerte” en el sentido familiar de la palabra, con la intención de capitalizar el psicodrama y no de dar la palabra a una minoría secularmente oprimida Sin embargo, una de las formas más brutales de esa opresión era la condena inexorable a la invisibilidad social, y sólo en ese sentido —al hacer visible cierto mundo homosexual, aun distorsionándolo—, Los chicos de la banda resultó una obra impugnadora en el cauce de la revolución moral.

Y, en México, el delegado Delfín Sánchez Juárez la hizo más revolucionaria todavía al prohibir su estreno hace casi una década Los chicos de la banca se convirtió entonces en bandera, porque su acceso al escenario significaba el derecho de la minoría a aparecer, así fuera escénicamente, en la superficie.

Pero hoy se le ven las trampas.

Un melodrama construido con caricaturas y no con tipos, incapaz de salir de los lugares comunes, carente de un discurso liberador mínimo y dispuesto a caer en todas la moralejas que sustentan el discurso de la opresión, Los chicos de la banda resultan así una pandilla de enfermitos puestos en “su lugar” por la irrupción de un ser normal, que van de la autoconmiseración al autoescarnio y a la autorrepugnancia Apenas el más parecido a la imagen tradicional del macho es quien vislumbra la posibilidad de ser redimido por el amor; los demás chapotean en su estanque underground, y pagan todos sus pecados con el desencanto, la soledad, la pérdida de su juventud y las carcajadas del público.

A directora y actores sólo les queda batallar con sus melodramas respectivos: así, salen mejor librados quienes tienen un esquema menos rígido o más chistoso Excepto un Sergio Klainer insoportable, que decidió llevar a sus últimas consecuencias su Bette Davis parapléjica, el reparto se salva en cuanto no tiene mucho más que hacer.

No sólo ha pasado una década desde su puesta original, también a ocurrido un movimiento de liberación que, al cimentarse en la autodignificación del homosexual, ha ofrecido a la sociedad civil una imagen distinta de la sangrienta caricatura tradicional, esa misma que explota Crowley en sus Chicos de la banda.


A Malkah Rabell, si, y así lo expresó en su columna Se alza el telón

Vuelve a presentarse en la capital la comedia dramática del norteamericano Mart Crowley: Los chicos de la banda, que hace ocho años se había estrenado en nuestro ambiente igualmente bajo la dirección de Nancy Cárdenas. Este espectáculo viene a agregarse a la ya larga lista de obras con temática homosexual muy de moda en la actualidad, probablemente como reflejo de una moda en los Estados Unidos. La nueva puesta en escena se anuncia como: "versión mexicana de Nancy Cárdenas", adaptación que se hace bastante innecesaria. Los personajes son típicamente norteamericanos, y por más que se los coloque en el marco geográfico de, México, seguirán extraños a nuestra idiosincrasia, aunque sus problemas sean los mismos.

La obra es fuerte y logra mantener en tensión al público, aunque casi carece de argumento, y se mantiene debido a una situación que permite toda clase de anécdotas y hasta conflictos, algunos dramáticos y otros cómicos.

La mayoría de los ocho protagonistas están bien adaptados a sus personajes y sería absurdo hacer comparaciones con las actuaciones de los actores de hace ocho años.

Quizá en la presente puesta en escena, los intérpretes sean más jóvenes en su mayoría que los de la anterior versión. Sobre todo, Otto Sirgo como Miguel, el dueño de casa, el mayor del grupo, un carácter extremadamente nervioso y violento, y Rodolfo Rodríguez como Octavio, la "Loca", ya cansado y envejecido para sus eternas extravagancias, son algo fuera de edad. Pero la juventud y la agradable presencia física nunca fueron defectos graves en él escenario. Por fortuna en general la dirección tiene un ritmo acertado, y la obra en sí tiene suficiente fuerza dramática como para resistir cualquier imperfección, como, por ejemplo, la completa inexperiencia del "vaquero", Ernesto Rendón, que a todas luces ha sido elegido por su físico.

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Los chicos volvieron nuevamente a la cartelera mexicana y se ha presentado de manera intermitente, por obvias razones, en una versión refrescada, a diferencia de la anquilosada y oxidada de 1982, cuyo montaje paso sin pena ni gloria. En esta ocasión, y casualmente vuelve a ser dirigida por otra mujer, Pilar Boliver, extraña coincidencia que los tres montajes capitalinos de la obra hayan sido dirigidos por mujeres. Boliver, mujer multitalento de la escena mexicana, es la responsable de esta renovada versión, sin que se haya alterado tiempo ni lugar de la misma.

Horacio Villalobos, comunicador, productor y protagonista de la obra, encabeza un reparto impresionante, que reúne a histriones de primer nivel, con amplia experiencia en las tablas, con formaciones y experiencia en diferentes géneros y formatos: Juan Ríos, Pedro Mira, Constantino Moran, Gutemberg Brito, Luis Lesher, Juan Carlos Martin del Campo, Carlo Guerra y Alfonso Soto, son quienes prestan su cuerpo, su voz, su energía a su pasión a:

Harold (Moran) el festejado. Cada vez más malhumorado por perder su aspecto juvenil y no poder atraer a hombres jóvenes y lindos.

Michael (Villalobos), amigo-enemigo de Harold, es el anfitrión, un católico sarcástico. Es el provocador de la mayor parte de las acciones de la trama de la obra.

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Alan McCarthy (Mira), el invitado inesperado a la fiesta. Se casó con una amiga de la universidad, está de visita en Nueva York, ansioso por contarle algo a Michael, pero duda en hacerlo frente a los demás. Se sugiere que alguna vez tuvo relaciones homosexuales mientras estaba en la universidad. Su orientación sexual nunca se menciona explícitamente, dejándola a la interpretación del público.

Donald (Soto), es el novio de Michael, mudado a la ciudad a los Hamptons, por despreciar el estilo de vida gay. Asiste a terapia psicoanalítica.

Bernard (Brito), afroestadounidense, que sigue añorando al chico rico blanco, en cuya casa su madre trabajaba como empleada doméstica.

Emory (Martin del Campo) decorador de interiores extravagante y afeminado. No hace sino irrita a los demás con su cursi sentido del humor.

Larry (Lesher) fotógrafo de moda, que prefiere tener múltiples parejas sexuales.

Hank (Ríos), novio de Larry, casado con una mujer de la que se está divorciando. Él "pasa" por heterosexual y está en desacuerdo con Larry en el tema de la monogamia y la fidelidad.

Cowboy (Guerra), atractivo prostituto, nada brillante, es uno de los regalos de cumpleaños de Harold.

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En realidad, esta versión del clásico es una reunión de talentos, la directora, los nueve histriones ya mencionados, el escenógrafo Sergio Villegas, que nuevamente ofrece un trabajo impecable, bello y funcional; la acertada traducción de Fanny Carrillo, seguramente de la versión actualizada de Crowley; la excelente producción ejecutiva del siempre inquieto Agustín León y la labora de todos quienes integran el equipo que hace posible la nueva versión de Los chicos de la banda.

A pesar de las victorias logradas desde el estreno de esta obra, Los chicos de la banda marca un antes y después, no sólo para el teatro y el cine, sino para las personas que se ven reflejadas en estos personajes, todos quienes han luchado por la visibilidad LGBTQ.



El teatro es de todos. ¡Asista!


Muy recomendable.

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Los chicos de la banda. De Mart Crowley.

Dirección: Pilar Boliver.

Actuación: Juan Ríos Cantú, Horacio Villalobos, Carlo Guerra, Alfonso Soto, Constantino Moran, Pedro Mira, Gutemberg Brito, Luis Lesher, Juan Carlos Martin del Campo.

Traducción: Fanny Carrillo

Escenografía e iluminación: Sergio Villegas

Diseño de vestuario: Lucio Boliver

Musicalización: Jordi Bachbush

Producción ejecutiva: Agustín León

Producción general: Pilar Boliver, Horacio Villalobos, Joaquín Burgos.

Le petit soldat

Teatro Xola Julio Prieto, Xola y Nicolás San Juan, colonia Del Valle.

Viernes 20:30 horas, sábado 18 y 20:30 horas, domingo 18 horas

Consulte cartelera.



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