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Propicia el voyeurismo. Texto y fotos: Salvador Perches Galván.

  • eseperches
  • 29 jul 2022
  • 7 Min. de lectura


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“El mundo pudo haber sido un escenario para Shakespeare;

para mí es una cocina: donde los hombres van y vienen

y no pueden quedarse el tiempo suficiente para comprenderse,

y donde las amistades, amores y enemistades

se olvidan tan pronto como se realizan.”

Arnold Wesker


Dramaturgo británico conocido por sus contribuciones al llamado kitchen sink drama, Arnold Wesker (Stepney, Londres, 24 de mayo de 1932 - 12 de abril de 2016) fue autor de 42 obras de teatro, cuatro volúmenes de cuentos, dos de ensayos, un libro de periodismo, otro infantil, además de trabajos en periodismo y poesía. También formó parte del movimiento literario llamado Angry Young Men, grupo de escritores y dramaturgos británicos que desarrolló su actividad en los años 50 y manifestó su descontento social y rechazo a la hipocresía de las clases medias y altas de su país. Tenían en común, provenir de familias obreras de pocos recursos y, salvo alguna excepción, no llegaron a tener estudios universitarios.

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Hijo de un sastre de origen judío-ruso, y de madre judía-húngara, entre 1943 y 1948 se educó en el Upton House Central School. A lo largo de su vida trabajó, como ebanista, vendedor de libros, plomero, trabajador rural, comerciante de granos y repostero.

En 1950 fue enrolado en la Fuerza Aérea, experiencia que luego sería la base de su obra Chips with Everything.

Escribió a temprana edad Roots, The Kitchen, yTheir Very Own and Golden City que fueron representadas por la English Stage Company en el Royal Court Theatre.

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Sus obras fueron traducidas a 17 lenguas y representadas alrededor del mundo, en muchas de ellas se exponen las clases más bajas, como los judíos pobres y los humildes del East End de Londres.

En 1964 fundó y dirigió el primer teatro del centro cultural Roundhouse, llamado Centre 42.

En 2005 publicó su primera novela, Honey, y en 2008 su primera colección de poesía, All Things Tire of Themselves.

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Poco montado en México, recordamos Las cuatro estaciones (1965), en dos versiones, ambas dirigidas por Susana Alexander, interpretada por ella misma acompañada por Roberto D’Amico, en el Teatro Granero en julio de 1981, esta fue la primera obra del autor montada en nuestro país. Aprovechando su presencia, la Galería Metropolitana organizo una conferencia en la que el inglés hablo sobre el nuevo teatro en las islas británicas.

Casi tres décadas después, en 2009, nuevamente Alexander la vuelve a dirigir, en aquella ocasión, interpretada por Ludwika Paleta y Bruno Bichir.

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No tenemos referencia ni conocimiento de otras obras de Wesker presentadas en México, por lo que, aunque se hubieran montado todas, la presencia de La concina, en el Teatro Salvador Novo de la Escuela Nacional de Arte Teatral es todo un suceso.

La inspiración para La concina, le llegó cuando trabajaba en el Bell Hotel de Norwich, se estrenó en el Royal Court en 1959 y desde entonces se ha llevado a cabo en más de 30 países. Su autor es considerado uno de los mejores dramaturgos del siglo XX.

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Originalmente ambientada en la cocina del restaurante Marango’s de Londres en 1953. Se desarrolla a lo largo de un día de trabajo, mientras el personal atiende la ordenes de comida y cena. No hay una trama, no existe una historia que se desarrolle en el sentido convencional. A lo largo del día conocemos las vidas de los personajes.

El Londres de los años 50, en plena posguerra, es el marco elegido por Wesker para bocetar una metáfora del mundo en que vivimos, mezclando nacionalidades, razas y culturas diversas, y obligándoles a colaborar y a convivir y sobrevivir, en torno al epicentro creativo de un restaurante de 1000 comensales diarios, donde trabajan y se deshumanizan día a día. Pero no es la deshumanización de los personajes lo importante, sino el latido, los sueños y los anhelos que aún habitan en ellos.

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La puesta de la ENAT, brillantemente dirigida por el infalible Juan Carrillo, egresado de la licenciatura en actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral (ENAT), es una adaptación contemporánea del texto original de Wesker ambientado en México, en un restaurante sin saber a ciencia cierta su ubicación.

Es una mirada voyerista al interior de lo que no se ve, a lo que está detrás, a las entrañas, es decir: a la cocina. En este lugar, se narran situaciones, entre personajes que vienen de lugares diversos y costumbres diferentes, pero todos con el patrón común de la imperiosa necesidad de trabajar para sobrevivir.

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La cocina es una metáfora de un sinfín de estructuras sociales que nos determinan. Es un retrato de la lucha del hombre contra la sociedad que le oprime. En las cocinas, en las fábricas, las oficinas, las escuelas, las empresas, en la vida misma, se pone de manifiesto lo absurdo de la existencia.

Este montaje es un juego de desdoblamiento entre el personaje y quien lo interpreta. Es una invitación para saber de dónde venimos y así atrevernos a soñar a dónde queremos ir.

A las siete de la mañana los trabajadores de la cocina van llegando a su puesto de trabajo. Con el primer café hablan de sus vidas y mencionan la pelea que la noche anterior tuvieron dos compañeros del equipo.


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Comienzan los preparativos de las comidas. El trabajo va subiendo de intensidad. En la cocina se mezclan las conversaciones personales con los ingredientes de las recetas. El trato entre los trabajadores va perdiendo el tono amable del comienzo para ser cada vez más bronco y desagradable. A mitad de la mañana se incorpora un nuevo cocinero, un colombiano. Los clientes empiezan a llegar y las comandas se acumulan en la cocina. El ritmo es frenético. Ya no hay tiempo para las cuestiones personales. El colombiano se asombra del ritmo de trabajo, le parece que no durará ni un día es esa cocina. La dueña del restaurante, les recuerda que es de los lugares en que mejor se paga. Acaba el servicio de comidas y todos pueden relajarse. Vuelven a retomar conversaciones personales. Hablan de los sueños que cada uno tiene, escuchan música, bailan.

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Comienza el turno de tarde. El ritmo vuelve a subir. Se repite la locura del servicio, las prisas, los nervios, las comandas, los ingredientes que faltan… Entra un indigente en la cocina, pide comida. Le dan dos chuletas.

La dueña no entiende cómo le boicotean de esta manera siendo uno de los restaurantes que mejor paga a sus empleados.

El elenco, formado por 11 intérpretes, representando a las distintas comunidades, la obra está llena de palabras en distintos acentos, gestos, bailes, música, y sangre, sudor y lágrimas un espacio concebido en 270 grados, en el que la imaginación, la magia, y el trabajo con los sentidos envolverá al espectador durante poco más de dos horas. Esta puesta en escena es el examen de graduación de las y los estudiantes del grupo 4.2 de las licenciaturas de actuación y escenografía.

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En el corazón del restaurante, la cocina late, bombeando personas dentro y fuera, llevando ensaladas, platillos y bebidas a los comensales que nunca veremos.

A través de La cocina, miramos de cerca lo cotidiano, como acto de curiosidad, o con el firme propósito de realizar un estudio de cualquier índole, choca, pone de manifiesto lo absurdo de la existencia. Nos recuerda lo deshumanizados que podemos llegar a ser los seres humanos.

Arnold Wesker pone la lupa delante de los empleados de la cocina, un ramillete de gentilicios en el que confluyen veracruzanos, chilangos, norteños, y algunos extranjeros, etc. y nos deja contemplar la hora de esa monumental cocina, monstruo de acero y fuego que ruge devorando las existencias de aquellos que osan usurpar su territorio.

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El texto del dramaturgo inglés propicia el voyeurismo y explota esa vena de espectador que no debía estar donde está y se entera de lo que no debería enterarse. La versión de Carrillo lo extrapola y lo vuelve filigrana y virtuosismo escénico. La cocina a la que asistimos es un circo, una arena descarnada en la que los combatientes van a luchar y sangrar para disfrute de un graderío de 270 grados de ojos que asisten a su debacle.

La cocina no es un espectáculo fácil de ver, requiere un nivel de atención mayor, complicando los enredados fragmentos de vidas que se disgregan por el espacio con su cualidad polidimensional, sin la seguridad que da un escenario a la italiana, sino con la posibilidad de encontrar conflictos y personajes repartidos por toda la sala.

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No debe ser fácil para los actores, cuyos textos están apoyados en un constante trabajo de movimiento, ellos cocinan alimentos inexistentes, trasportan y trajinan con cacerolas, bandejas, cubiertos y hasta sus mesas de trabajo. Y, por si esto fuera poco, cantan y bailan (grandiosa la aproximación a comedia musical con los temas de Juan Gabriel, Debo hacerlo, No tengo dinero y Hasta que te conocí) y simpatiquísimo y muy logrado con El noa noa, cuando el volumen sube y baja cuando “se abre y cierra” una puerta. El nivel histriónico es bastante parejo, aunque, como suele suceder en estos trabajos corales, llenos de aliento fresco que representan los montajes de la ENAT, unos son mejores que otros, en este caso los varones tienen un mejor desempeño, a las mujeres se les pierde el volumen, dicho sea de paso, con esa disposición tampoco es fácil la proyección de voz. Destacan Daniel Berthier y Luiz Ricart, y dos de las féminas también brillan con sus actuaciones, Conny Cambambia y Dafne Romero,

El producto final se disfruta como una obra sobresaliente en la que cada participante encaja en su lugar como encajan los elementos de un organismo perfecto.


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Entre los movimientos teatrales contemporáneos, quizá haya sido el inglés el que ha despertado mayores resonancias en la escena mundial durante las décadas del cincuenta y del sesenta. A partir del famoso drama Recordando con ira de John Osborne, el término de "jóvenes coléricos" se hizo popular. Detrás de Osborne, los nombres de Behan, Wesker, Delaney, Pinter, aparecieron y testimoniaron que se trataba de una generación compleja, poblada de autores, con la que se rompía la calma, ya tradicional, de la comedia. Uno de sus más destacados exponentes es Sir Arnold Wesker.












El teatro es de todos. ¡Asista!


Absolutamente recomendable.



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La concina. De Arnold Wesker.

Dirección: Juan Carrillo.

Actuación: Andrea Barocio, Conny Cambambia, Miguel Sandoval, Dafne Romero, Daniel Berthier, Paola Flores, Luiz Ricart, Rodrigo Darío Suárez, Andrés de la Mora, Juan David Castaño J., Stefany Sotres.

Maestros/as asesores:

Producción: Frida Chacón

Vestuario: Teresa Alvarado

Realización de vestuario: Yesenia Olvera

Escenografía: Atenea Chávez

Iluminación: Matías Gorlero

Construcción: Ma. Dolores Sánchez Vicario

Maestro/as de actuación:

Movimiento: Antonio Salinas

Técnica vocal: Carmen Mastache

Voz cantada: Maria Elva Zermeño

Montaje vocal: Noa Sainz

Teatro Salvador Novo, en la Escuela Nacional de Arte Teatral. Centro Nacional de las Artes. Av. Río Churubusco 79, Colonia Country Club Churubusco, Coyoacán. Metro General Anaya, hasta el 31 de julio.

Miércoles, jueves, viernes y sábado 19 hrs, domingos 18 hrs. 30 funciones dobles 13 y 19 hrs.





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