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Junio en julio. Texto y fotos: Salvador Perches Galván.



Junio es un actor, 1993, el año. El histrión fue diagnosticado con VIH. Algunos medicamentos los toma. Otros no. Junio en el 93, es una obra sobre el VIH y el teatro como arma de sobrevivencia, creada por Teatro de Arena a partir de las memorias de Alejandro Reyes a 25 años de su muerte. Un proyecto de Luis Mario Moncada y Martín Acosta.

Después de una muy exitosa temporada en el Centro Cultural Helénico, la compañía Teatro de Arena presenta una función especial de Junio en el 93, un montaje escrito por Luis Mario Moncada, dirigido por Martín Acosta, interpretado magistralmente por Mel Fuentes, Miguel Jiménez, Baruch Valdés y Medín Villatoro.

La obra se construye a partir de la autobiografía de Alejandro Reyes, uno de los actores más importantes de su generación, quien enfrentó los estereotipos físicos del teatro mexicano de esa época; además de su abierta postura en relación con su preferencia sexual, logró cimentar un culto alrededor de sí mismo y un respeto entre sus colegas actores y actrices. Murió en 1996, pero fue seropositivo desde 1993. En sus últimas etapas de vida escribió una novela, jamás publicada, sobre su experiencia durante el proceso de montaje de Mishima, puesta en escena de Abraham Oceransky. Culminó este texto el mismo año de su fallecimiento y, a través de esta puesta, sus palabras y su legado renacen.

Era 1993 y en México se estrenaba Mishima, una obra sobre el autor japonés y su extravagante muerte que, con el tiempo, se convertiría en un montaje referente para el teatro mexicano. Ese mismo año, la epidemia del SIDA se había cobrado muchas vidas y, en nuestro país, apenas se accedía a los primeros medicamentos como una respuesta tardía del estado ante una epidemia en la que, sin saberlo, llevamos ya 40 años.

Junio en el 93 dimensiona cómo era vivir con VIH hace 28 años, así como habitar ese tránsito entre seguir adelante, saber que la muerte se acerca y, por otro lado, experimentar el gozo de vivir al límite.

Al hablar de VIH y SIDA, no se debe mirar a un solo lado, es necesario voltear a verlo todo; y eso es justo lo que hace este relato originado por Alejandro Reyes.

A propósito del recordado montaje, convocamos a tres de las plumas mas importantes de la crítica teatral nacional.


En Tiempo Libre, núm. 691, 5 agosto 1993, p. 34, Bruno Bert escribía:

En el espacio del Foro Shakespeare se está presentando el último trabajo de Abraham Oceransky. Se trata de una reflexión sobre Mishima que él ha llevado a escena en el doble rol de director y autor, contando, en este último, con la colaboración de Susana Robles.

Es curioso advertir el interés ininterrumpido que ha venido despertando el escritor japonés a más de veinte años de su muerte ritualizada. Aunque también es cierto que ese suicidio fue una excelente puesta en escena para rematar toda una carrera de prestigio y controversia que logró fascinar no solamente a su generación sino también a esta posteridad que es nuestra contemporánea, tan necesitada de coquetear con el poder, la violencia e incluso las más descaradas posturas fascistas.

La mayor obra de Mishima —o al menos así le hubiera gustado pensarlo—fue él mismo, en la constante provocación que significaban cada uno de sus actos y escritos. Fue una obra cuidadosamente destinada a la muerte justamente porque ésta es la única capaz de cristalizar para siempre la belleza, la fuerza, el arquetipo, anulando así definitivamente las dudas y flaquezas. Fue un individuo contradictorio, que legó su figura y su palabra para el debate dentro y fuera del medio artístico.

En Mishima, se toma como circunstancia anecdótica el montaje de una obra suya que viene a representar exactamente el momento y la forma de su muerte real. Y dentro de ella —a través de los ensayos y la relación con los actores— se incursiona sobre los elementos básicos de su personalidad y sobre las líneas fundamentales de sus obsesiones.

Mishima es un trabajo grato en el que reencontramos muchos elementos creativos sólidos. Una buena dirección, un buen plantel de actores entre los que destacan Horacio Salinas y Alejandro Reyes, y un incentivo a la polémica perfectamente estimable, compartamos o no la posición final que deduzcamos en la puesta.


En el semanario Proceso, Estela Leñero Franco, hizo lo propio el lunes, 14 de enero de 2013.

La cosmogonía oriental ha sido una referencia recurrente en los montajes y actitud ante la vida de Oceransky. Fue de los primeros creadores en introducir la danza Butoh en nuestro país y esta búsqueda culminó en Acto de amor, de Mishima (1976), y Mishima, de Susana Robles (1993). Acto de amor fue una propuesta multipremiada donde los actores mostraban su desnudez y acercamientos atrevidamente sexuales y que llegó a más de 200 representaciones. El protagonista de Mishima, Alejandro Reyes (1963-1996), desarrolló en esa obra una estética corporal de contención y emotividad, impresionante. Al mundo oriental que marca a Oceransky le ha acompañado una empatía con el teatro de la crueldad impulsado por Antonin Artaud y sus contemporáneos, como Alejandro Jodorowsky.


Por su parte, Alegría Martínez rememoró:

Recuerdo haber llegado por casualidad, en 1977, aproximadamente, a un pequeño teatro que estaba a una calle de la Glorieta del metro Insurgentes, donde hoy se encuentra una tienda Waldos.

Sin saber quién era el director, ni el autor, compré un boleto para ver Acto de amor, con el miedo de que se tratara de un montaje pornográfico, a ese nivel estaba mi ignorancia, sin embargo, algo en mi interior me decía que debía entrar.

El montaje resultó insólito, Abraham Oceransky llevó al teatro Patriotismo de Yukio Mishima y le puso el título de Acto de amor. Actuaban Luisa Muriel y Horacio Salinas.

Han pasado muchos años de esa revelación. Ese director, que me era entonces desconocido, transmitió a través de acciones, movimientos y silencios, el amor, la pasión, la belleza, la tragedia y el honor que detonaron el fin de la vida del teniente Takenagua Shinji y de su esposa, Reiko, plenos ante la decisión de morir dignamente.

Los personajes estaban ahí, vivos, hermosos, relucientes, a unos metros del espectador, preparando el último acto de su existencia, no había trucos, era un suceso en progresión, algo nunca visto.

Me fue revelado cómo es que sobre un escenario se puede hacer un acto envuelto en dolor y belleza.

“Nunca le pido a un actor aquello que no puede hacer” es uno de sus principios.

“¿Cómo podemos saber de la humanidad si no nos entendemos nosotros mismos?” Se ha cuestionado, y como muy pocos directores, se ha dedicado a encontrar los múltiples caminos que hay para poder entendernos.

En 1993, Oceransky estrenó Mishima en el Foro Shakespeare, donde pude constatar que la rebelión, el amor, la virilidad, la muerte y el teatro, se amalgamaron en una poesía de los sentidos.

Escrita por Oceransky y Susana Robles, la obra, ubicó a Mishima sobre un escenario donde se ensayaba su propia obra, de la que era protagonista. La acción apoyada en silenciosos y estéticos cuadros, no solo planteaba la esencia sobre la infancia, el homosexualismo y el ideal patriótico del personaje, sino que mostraba la diversidad de los hilos de contradicción interna, que envolvieron la vida del escritor japonés.

El montaje de Mishima, implicó también el hallazgo del actor Alejandro Reyes, quien aunque participó en el montaje de ¿Duele Marat?,cuando encarnó a Mishima, hizo una luminosa creación del personaje, al que dotó, de la mano de su director, de una complejidad y una riqueza interior pocas veces vistas sobre el escenario. Alejandro, fue un actor excepcional, creador de escenas crudas, irónicas, sensuales, dolorosamente bellas.


Hasta aquí las citas en donde se da cuenta del relevante desempeño del joven y muy talentoso actor, y volvemos a Junio en el 93 que narra el proceso de creación de Mishima, en Xalapa.


Mediante una sensibilidad inusitada, el talentoso y sensible Martín Acosta, en una dupla imprescindible en la escena mexicana, con el no menos talentoso Luis Mario Moncada que alcanza ya una decena de creaciones en tres décadas de creación conjunta, que comenzó con la Carta al artista adolescente; puebla el escenario de Junio en el 93, de relatos sobre el amor, el sufrimiento, el gozo y el arte como herramienta de sobrevivencia.

La propuesta escénica, también es un ejercicio de memoria acerca de una serie de sucesos relacionados con el teatro y la pandemia del VIH. A casi tres décadas del suceso queda claro que no solamente se trató de un virus que acabó con miles de personas, pues al mismo tiempo se extendió otra enfermedad, relacionada con la ignorancia, el prejuicio y el odio. En la década de los noventa, un sinfín de grupos y colectivos nacieron para dignificar a las disidencias sexuales. Es por ello que Teatro de Arena recupera esta historia para honrar la vida de Alejandro Reyes y de todas aquellas personas que hablan por su diferencia.

Al referirse, al SIDA, y al VIH, no se puede dejar de lado el desinterés por parte de las instancias políticas y de salud en todo el mundo. Porque hablar de lucha no es estar en contra, sino del lado de las experiencias de quienes viven con VIH, pero también, de quienes mueren por causas relacionadas con el SIDA.


1993 parece lejano, pero, paradójicamente, no dista mucho de la realidad actual: a pesar de los avances científicos, tecnológicos y de los medicamentos de última generación que nos permiten reducir el número de copias del virus en la sangre, hasta ser indetectables y no poder transmitirlas, sigue habiendo diagnósticos tardíos, canalizaciones retardadas y abandonos de tratamiento que provocan la muerte. También, mucho descuido y desinformación de la población que no toma medidas preventivas al tener relaciones sexuales.





El teatro es de todos. ¡Asista!


Absolutamente recomendable. ¡Deje todo y corra a verla!.



De: Luis Mario Moncada

Dirección: Martín Acosta.

Actuación: Mel Fuentes, Miguel Jiménez, Baruch Valdés y Medín Villatoro.

Iluminación: Matías Gorlero

Escenografía y vestuario: Eva Aguiñaga

Diseño sonoro: Isay Ramírez

Producción: Teatro de Arena


Junio en el 93 forma parte del Ciclo Entre Lenchas, Vestidas y Musculocas 2022 y se presentará el sábado 23 de julio a las 19:00 horas, en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris (Donceles 36, Centro Histórico, Metro Allende), con los cuidados necesarios: uso de cubre-bocas y de gel anti-bacterial.

Localidades: Luneta, $250; Primer Piso Central y Primer Piso Lateral, $200; Anfiteatro, $130, y Galería, $110. Los boletos se pueden adquirir en la taquilla del teatro y en las plataformas digitales de Ticketmaster.


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